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Colombia. La modernidad en arte y arquitectura. (página 2)



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Por su parte, es Botero, por antonomasia, el pintor de las
figuras hinchadas. Trabaja el realismo expresionista, hipertrofia
la figura humana en círculos, agrupa los rasgos
definitivos de la personalidad en la zona central que coincide
con el centro físico del cuadro. Su obra resulta un
retrato irónico, mordaz y cómico de la realidad
colombiana. Muy conocedor de la historia del arte internacional,
hace reiteradas apropiaciones de obras de arte que contextualiza
a la situación sociopolítica de su país.

Con la figuración, se retoma el tema del compromiso
social y político. Las referencias a la violencia en
Colombia ya aparecen en obras de Obregón y Botero. En
Beatriz González se encuentra la desmitificación de
héroes, políticos y religiosos; un discurso
deconstructivo siempre irreverente para la cultura oficial.
Góngora y Amaral se decantan por los temas
eróticos; una propuesta que será bastante
recurrente en muchos creadores, y que deviene siempre en discurso
polémico mientras exista mojigatería e
hipócrita moralidad social frente a los temas
sexuales.

Dentro de las líneas experimentales del arte de esta
década vale destacar aquellas que se interesaron por el
mundo del ensamblaje, incorporando a las obras todo tipo de
materiales de desecho: maderas, chatarras, plásticos, etc.
Animadores de esta tendencia fueron Hernando Tejada (n.1925),
Feliza Burztyn (1933-1982) y Bernardo Salcedo (n.1939).

Los años setenta privilegiaron la diversidad en los
lenguajes artísticos, si bien es cierto que se hace
más figuración que abstracción. Dentro de
esta línea figurativa, destaca el realismo de Santiago
Cárdenas (n.1937), de Luis Caballero (1943-1995), de
Darío Morales (1944-1988) y de Miguel Ángel Rojas
(n.1946). Un realismo que se mueve, desde la ausencia de la
figura humana en Cárdenas -más interesado en
aquellos objetos de la cotidianidad, surgidos del ingenio del
hombre: tableros, espejos, enchufes, cajas… -, hasta el
virtuosismo anatómico de los dibujos de Caballero
-desnudos masculinos que se contraen dramáticamente bajo
el ambiguo peso de la pasión o el dolor-, el desnudo
femenino en Morales, y el contenido erótico en Rojas.

De igual manera, la figuración predominó en los
años ochenta. Junto a los artistas de generaciones
anteriores, aparece un nutrido grupo de creadores
plásticos, que traen consigo un amplio abanico de
posibilidades creativas. Citemos algunos nombres: Diego Mazuera
(n.1950), Lorenzo Jaramillo (1955-1993), José
Suárez (n.1955), Víctor Laignelet (n.1955), Luis
Luna (n.1958) y Rodrigo Facundo (n.1958). Son autores que mezclan
el impulso investigativo, las citas de la historia del arte, el
interés por el hombre contemporáneo, y las
referencias universales.

Siguiendo la línea de la experimentación
artística, las propuestas conceptuales que se
habían iniciado en los años setenta toman fuerza
durante las últimas dos décadas -Álvaro
Barrios, Doris Salcedo (1958) y María Fernanda Cardoso-.
Son instalaciones donde convergen a veces los más
insólitos materiales. Donde los artistas reflexionan sobre
el propio arte, su función y lugar en la sociedad, donde
se cuestiona la sociedad y hasta la validez de las instituciones
de arte, donde se habla de la violencia y de la muerte. Con este
último sentido, destaca la obra Atrabiliarios
(1992) de Salcedo: "atrabiliarios", negra-bilis, cólera,
es una instalación que muestra dos zapatos situados en dos
nichos, que "parecen abandonados e irreconocibles, aunque, de
forma implícita, se sugiere que alguna vez pertenecieron a
alguien que ha desaparecido" (Pini).

Lo moderno en
arquitectura.

La llegada de la arquitectura moderna a Colombia, a finales de
la década del treinta, constituye un brusco cambio
estético y hasta ideológico. Una larguísima
tradición de los lenguajes historicistas y
eclécticos había condicionado en la elite
económica colombiana, un gusto muy conservador y una
lógica incomprensión de las tendencias
racionalistas europeas. De modo que será la acción
estatal de políticos liberales -y no el comitente
privado-, quien le abra las puertas a la nueva tendencia. Se
facilita así la entrada al país de arquitectos
extranjeros y se funde la primera escuela de arquitectura
(1936).

Los primeros ejemplos de arquitectura moderna se verán
en la nueva sede para la Universidad Nacional, donde se
evocará los lenguajes de las superficies planas, blancas,
completamente desnudas de decoración, a la manera de Le
Corbusier, así como las estéticas salidas del
entorno de la Bauhaus. Las bases teóricas y
urbanísticas de esta primera etapa se deben a los
arquitectos Leopoldo Rother y Erich Lange. Las facultades de
Arquitectura, de Derecho
y de Ingeniería,
serán los edificios más representativos. Las dos
primeras facultades son obras de un grupo de arquitectos
colombianos que trabajaron para el Ministerio de Obras
Públicas. No así la de Ingeniería -la
obra más destacada de los primeros años cuarenta-,
que pertenece al arquitecto, diseñador y profesor italiano
Bruno Violi, que también colaboró con el ministerio
antes citado, y que fue la figura más influyente del mundo
académico colombiano de la década del cuarenta.

En este breve panorama vale mencionar a los arquitectos Carlos
Martínez y Nel Rodríguez. En sus obras -escuelas,
teatros, centros comerciales-, ellos utilizaron elementos
vernáculos como el ladrillo, la cubierta de madera y las
tejas de barro, con una concepción de planos exteriores de
apariencia racionalista.

Los años finales de la década del cuarenta,
además de traer una sustancial mejora en la
economía, vienen aparejado de un reconocimiento de las
nuevas tendencias de la arquitectura internacional, y la
confirmación de la influencia de Le Corbusier sobre los
arquitectos modernos colombianos. De ello da fe la visita de este
maestro a Bogotá, a propósito de la propuesta que
le extienden desde Colombia para que formule un Plan Piloto
para el Desarrollo Urbanístico de la capital
. Su plan
-idealista y ajeno a las realidades socioeconómicas del
país-, con excepción de algún detalle, nunca
se ejecutó.

Por su parte, la arquitectura moderna en Colombia durante los
últimos años cuarenta, y la década del
cincuenta, ofrece ejemplos notorios de dominio y de
recreación del instrumental de los lenguajes
internacionales. Tal es el caso, en Cartagena, del estadio de
béisbol 11 de Noviembre (1947-1949) -de Ortega,
Solano, Gaitán y Burbano-, donde los arquitectos
desarrollan una sutil curva de ángulo cerrado, que va
desde la base de las gradas hasta la cubierta. Elaborando dicha
cubierta con bóvedas de membrana en hormigón
armado. En definitiva, una obra de una complejidad técnica
y un logro estético elevados. En Bogotá se destacan
las soluciones del equipo Cuellar, Serrano y Gómez;
opuestos a la tan trabajada línea de las superficies lisas
y pintadas con un color básico -a lo Le Corbusier-, ellos
combinan, en un diseño sosegado, el lenguaje
norteamericano de las bandas continuas de ventanas, con el uso
del ladrillo local que se deja a la vista. La
Clínica de Maternidad David Restrepo se
considera una obra madura de la firma Cuellar, Serrano y
Gómez.

Los años cincuenta serán testigos de la
simultaneidad de los lenguajes arquitectónicos modernos:
el racionalismo de Le Corbusier, un tropicalismo brasileño
a lo Niemeyer, o un racionalismo de concepción
norteamericana. Entonces nacieron muchas obras residenciales y
comerciales, de factura moderna, con materiales de
construcción y criterios culturales totalmente ajenos al
medio colombiano.

Caso aislado de estos años finales del cincuenta lo
constituye el barrio de residencias multifamiliares El
Polo
(1957-1963), ejemplo de soluciones
arquitectónicas y urbanísticas con criterios
estético-funcionales a destacar. Sobresalen de este
conjunto la iglesia, el centro comercial y los espacios
públicos que conforman el Centro Comunal
diseñado por el arquitecto Germán Samper. Se
distingue, también, el grupo de edificios
multifamiliares
de los arquitectos Rogelio Salmona y
Guillermo Bermúdez. El uso de ladrillos bogotanos en
volúmenes curvos -en los multifamiliares-, marcó el
inicio de una nueva forma de hacer la arquitectura en
Colombia.

Bajo el mecenazgo del Banco Central Hipotecario se
construyó lo más destacado de los primeros
años sesenta. Este patrocinio por parte de una entidad
bancaria -al decir de la crítica-, se interesó por
los buenos arquitectos y por aquellos diseños
caracterizados por su calidad estética y
tecnológica. Como resultado, este proyecto influyó
en la elevación del "nivel cualitativo de la arquitectura
de interés social en el país" (Téllez).

Serán las obras de los arquitectos Germán
Samper, Rogelio Salmona y Guillermo Bermúdez, y de las
firmas Robledo, Drews y Castro, y Ricuarte, Carrizona y Prieto,
las que más se distinguen dentro de la esfera de la
construcción colombiana de este período.

De la relación entre el proyecto del Banco Central
Hipotecario, y los arquitectos antes mencionados, surge una obra
antológica que funciona como puente entre la arquitectura
de los años cincuenta y sesenta: la construcción
del barrio El Polo (1957-1963), en Bogotá, bisagra
histórica y de actitudes ante el hecho de hacer
arquitectura. Desde el nuevo discurso lecorbusierano de Samper en
el Centro Comunal, pasando por el racionalismo de los
conjuntos de viviendas de las dos firmas antes
mencionadas, hasta los multifamiliares de líneas
curvas y ladrillos bogotanos de Salmona y Bermúdez.

Dentro de esta última línea igualmente destacan
algunos proyectos de viviendas de bajo costo, elaborados por
Salmona y Hernán Vieco –San Cristóbal
(1964-1965) y (1967-1968)-; son bloques multifamiliares en
ladrillo aparente, que obvian el rígido diseño del
primer racionalismo por un dibujo mucho más
dinámico.

Por su parte, Bermúdez derivó hacia una
arquitectura de alto costo, caracterizada por un depurado
lenguaje racionalista. Otro arquitecto, Fernando Martínez
Sanabria, también se caracteriza por sus residencias
privadas de alto costo, pero en una apuesta por la
reinterpretación de los lenguajes orgánicos, con un
atrayente juego de planos, de superficies curvas, uso del
ladrillo, e integración de lo construido al entorno.

Otra obra notoria de la arquitectura colombiana
-diseñada por el equipo de arquitectos de la firma
Esguerra, Sáenz, Urdaneta y Samper-, es el
Auditorio de la Biblioteca Luis Ángel Arango, del
Banco de la República, en Bogotá. Sobresale su
espacio interior, caracterizado por sus elevadas cualidades
técnicas, acústicas y estéticas. De este
grupo de arquitectos es también el edificio
Coltejer
, llamativo bloque de "gran purismo constructivo" que
se construyó en Medellín.

Lo más importante en la esfera de la
construcción de los años setenta es la
erección del antológico Conjunto residencial El
Parque
(1970-1974), en Bogotá, obra del mencionado
Salmona. En ella, el arquitecto estableció una suerte de
relación visual entre el entorno montañoso que
limita la ciudad, y el escalonamiento y dinámica de trazos
curvos de las tres torres que forman el conjunto. Por sus logros
visuales, este conjunto de ladrillos a la vista, de plantas
curvas escalonadas con terrazas-jardines, deviene en icono
referencial de la ciudad.

Otros conjuntos residenciales que merecen citarse son El
Bosque
(1972) y Santa Teresa (1977-1978), ambos en
Bogotá, y obras del equipo de arquitectos Rueda,
Gutiérrez y Morales. Son conjuntos que evidencian el
interés de sus autores por un diseño agradable.
También La Calleja o La Candelaria -del
equipo Campuzano, Herrera y Londoño-, Sorelia (1974-1975)
o Brápolis (1976-1977) -de Billy Goebertus y Juan Botero-
y El Polo del Country (1979-1980) -de Brando, Rueda y
Sánchez.

A lo largo del período ha sido característico de
la arquitectura colombiana -de reivindicación a escuela-
el uso del ladrillo. Desde Gabriel Serrano, Fernando
Martínez y Rogelio Salmona, hasta los arquitectos
actuales.

Madrid, 2005.

 

 

Autor:

José Ramón Alonso Lorea

Creador del sitio web

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